
06 Feb Qué son las heridas infantiles
Desde que nacemos hasta que vamos creciendo para convertirnos en niños y adolescentes, traemos una serie de condiciones que, junto a los estímulos recibidos de nuestra familia y entorno, hará que vayamos conformando una estructura de personalidad, también conocida como ego.
Esta estructura está formada por distintos tipos de apegos que serán los que nos aportarán, de forma distinta en cada persona, la seguridad emocional que buscamos desde nuestro primer aliento.
En esta seguridad emocional nos agarramos a lo que percibimos como real, más allá de si lo es o no. Y es importante para mí remarcar esto último, porque muchas veces me encuentro con hijos que narran una infancia sin cariño y unos padres extremadamente cariñosos. Con esto vemos que la personalidad será también un filtro para contarnos un guión de vida determinado y generar una personalidad concreta.
Es pues, en la (ficticia) seguridad emocional donde alojaremos nuestras heridas infantiles. Vamos a entender mejor esto con unos ejemplos:
- Desde pequeño percibo a mi madre y/o padre como alguien muy crítico, autoritario y frío. Siento que no recibo el cariño que necesito y genero un gran dolor por no sentirme querido, o merecedor de dicho amor. Por ello, me cierro emocionalmente y me dirijo a mis objetivos y metas, dejando ese niño herido detrás de una gran coraza. De adulto, seré una persona fría y práctica, que a la mínima sensación de abandono en mis relaciones voy a cortar inmediatamente el vínculo. Esta persona llegará a terapia normalmente por dos motivos: a) Le están pasando muchas cosas a nivel relacional (muertes, separaciones) y no siente nada. Viene a terapia porque esto «no puede ser normal», y probablemente «esté bloqueando algo». b) Viene acompañando a su pareja que reclama cariño, atención y empatía.
- Desde pequeña recibo demasiadas atenciones por parte de mi madre. Ella, en un acto de sobreprotección, me lo da todo sin que yo tenga opción a pedir o a sentir qué necesito realmente. Me atiborra a comer cuando no tengo más hambre, me llena de ropa para no pasar frío cuando yo tengo calor. Me da tanto que me ahoga, me siento controlada constantemente por su mirada. Estoy bajo su poder. Y en este vínculo de casi fusión con la madre empiezo a desarrollar la idea de que «el amor es controlar al otro» ya que he vivido un vínculo de cuidado-destrucción, con lo cual, de adulto voy a obsesionarme con el otro, intentaré controlarlo para tener el poder o, por el contrario, proyectaré ese poder en el otro, buscando una pareja o relaciones que me manipulen y controlen. Es importante tener en cuenta que hay muchos niveles de esta herida: los celos (sin justificación) son una forma de esta herida, en un intento de control del otro. Aquí, el sufrimiento se asocia constantemente con el amor.
En terapia vamos a atender estas heridas desde el adulto que somos, tratando de darnos cuenta cómo nos relacionamos con el otro desde el niño herido y, desde ahí, generamos malestar o dolor en nuestros vínculos.
Una vez la persona se da cuenta de cuales son sus heridas y sus mecanismos neuróticos para cuidarlas, exploramos cómo sería la manera más sana y natural, desde su adulto, de hacerse cargo de ellas y aprender a nutrirse y/o abrirse al mundo emocional.
Como siempre, se trata de un proceso más o menos largo, donde es preferible tener un psicoterapeuta al lado para sentirse acompañado, guiado y sostenido con todo lo que va surgiendo.
No hay Comentarios