
13 Mar El gran error sobre lo que crees que vienes a hacer en psicoterapia
Ha llegado el día en que hay que hablar sobre lo que las personas creen que vienen a hacer en terapia y lo que la realidad impone con pies de plomo.
Creo que es importante dejar claro este punto porque, a parte de ayudar a disminuir el número de «fracasos» en terapia o de personas que lo dejan por resistencias, es necesario empezar a contar la verdad sobre el para qué sirve hacer terapia, y no lo que la sociedad quiere seguir pensando.
Voy a hablar desde mi humilde experiencia, ya que he podido ver a muchas personas en terapia y hay patrones que se repiten constantemente, a veces de forma matemática.
Hay un porcentaje elevado de personas que creen que vienen a terapia para estar mejor. Esta premisa es, en última instancia, correcta, no obstante, ¿qué es estar mejor? y ¿qué implica estar mejor?
Estas preguntas pueden tener centenares de respuestas a nivel personal pero, digamos que, a un nivel general, para la gente estar mejor implica sentir un bienestar psicoemocional la mayor parte del tiempo.
No digo que no, pero aquí entra la primera trampa de la psicoterapia: la vida siempre, siempre, siempre, te va a traer experiencias duras y complejas, difíciles de gestionar o resolver. Así que quizás nos equivocamos de premisa, ¿qué tal si en lugar de venir para estar mejor, venimos a aprender gestionar mejor nuestro mundo psicoemocional?
Partiendo de la base que si aprendemos a gestionar nuestras emociones estaremos siempre mejor a pesar de los acontecimientos vitales, parece que ésta sea la opción de cajón para trabajar en la psicoterapia, ¿no es así?
Pero entonces viene la segunda parte de aprender a gestionar nuestro mundo emocional. ¿Cómo aprendemos? arremangándonos las mangas y metiendo los brazos hasta los codos en el barro de nuestras heridas.
Así es. Por ello, en una primera fase de la psicoterapia, todo parece estar mejor. La persona empieza a expresar cosas que antes no podía, comprende el por qué siente cómo siente, y, al sentirse apoyada y supervisada por el profesional, se siente segura y con fuerzas.
Pero llega la segunda parte, el momento de ir un poco más profundo, porque el primer nivel es siempre demasiado bajo para llegar a cambiar los patrones emocionales enquistados. Y aquí es cuando se ve el compromiso y la voluntad de cambio de la persona. Aquí es cuando pueden ocurrir dos cosas: abandono de la terapia alegando causas externas como el tiempo, el dinero, la salud o que, simplemente, ¡esto no funciona! y, encima, estoy peor…. (muchas veces la persona que abandona ignora por completo sus propias resistencias aunque inconscientemente sabe que ha topa), o, dos, la persona decide entrar en su dolor emocional y afrontarlo de una vez por todas aunque ello suponga una gran crisis o las mal llamadas «recaídas».
Desafortunadamente el porcentaje de abandonos es, según mi opinión, todavía demasiado alto, aunque siguen siendo más las personas que deciden apostar por su bienestar emocional y lanzarse a la piscina. Es realmente precioso ver cómo, a pesar de su dolor (muchas veces se manifiestan incluso síntomas físicos) quieren seguir avanzando. Y, por qué no decirlo, acompañarles en este viaje profundo es intenso, gratificante, duro y emocionante a partes iguales.
Desde el primer día dejo muy claro a la persona que este no es un viaje de ida y vuelta, y que tampoco será un viaje agradable: habrá miedos, turbulencias, dificultades, pero finalmente llegarán las recompensas. Así es: igual que trabajamos y echamos horas para ganar un sueldo a final de mes, también necesitamos echar horas e implicarnos en nuestro trabajo interior, porque el resultado siempre acabará llegando.
En conclusión, el gran error que se comete al venir a terapia, es creer que esto va a ser fácil, rápido e indoloro. Nada más lejos de la realidad, pues podría decir que esto va a ser probablemente difícil, lento y muy doloroso, pero va a merecer mucho la pena. ¿Te animas a empezar este viaje conmigo?
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